Por Qué la Industria Alimentaria No Quiere Que Reduzcamos el Consumo de Sal
La sal está en casi todo lo que comemos. No solo en las patatas fritas o en los caldos preparados, también en productos que no imaginamos salados: cereales, panes, embutidos, salsas, galletas. Esta omnipresencia no es casual. Durante décadas, la industria alimentaria ha usado el sodio como un potenciador de sabor barato y eficaz, además de como conservante. Pero mientras los científicos y autoridades sanitarias alertan sobre los peligros del consumo excesivo, muchas empresas han optado por retrasar o frenar los cambios. ¿Por qué?

El exceso de sal: un problema de salud pública
La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda no superar los 5 gramos de sal al día, lo que equivale a unos 2 gramos de sodio. Sin embargo, la media global está muy por encima: muchas personas consumen entre 9 y 12 gramos diarios. Este exceso está directamente vinculado a la hipertensión arterial, que es uno de los principales factores de riesgo de enfermedades cardiovasculares, ictus e insuficiencia renal.
Reducir la sal en la dieta podría salvar millones de vidas. De hecho, según la OMS, disminuir el consumo mundial de sodio en un 30% para 2025 podría prevenir hasta 2,5 millones de muertes al año.
¿Por qué la industria no quiere que comamos menos sal?
Reducir el sodio implica más que simplemente usar menos sal en las recetas. Afecta al sabor, la textura, la duración del producto y la aceptación por parte de los consumidores. Reformular alimentos procesados sin perder sus cualidades organolépticas puede ser costoso, y muchas empresas temen que sus ventas se vean afectadas. Además, la sal es un ingrediente que no cuesta prácticamente dinero, a diferencia de sus sustitutos.
Por otro lado, durante décadas, las estrategias de marketing han condicionado nuestro paladar a sabores intensos y adictivos. Reducir el sodio supone romper con esa programación, algo que requiere tiempo, compromiso y educación.
Estrategias de resistencia de la industria
Al igual que ocurrió con el azúcar y las grasas trans, la industria alimentaria ha utilizado diversas estrategias para evitar regulaciones estrictas:
- Lobby político: muchas grandes corporaciones presionan a gobiernos para que las reducciones de sal sean voluntarias en lugar de obligatorias.
- Etiquetado confuso: el sodio puede aparecer con distintos nombres en las etiquetas (glutamato monosódico, bicarbonato de sodio, etc.), dificultando el control por parte del consumidor.
- Distracción con claims saludables: productos ultraprocesados con alto contenido en sal se promocionan como “ricos en fibra” o “bajos en grasa”, desviando la atención de su contenido de sodio.
- Minimización del riesgo: algunas empresas alegan que no hay consenso científico suficiente, a pesar de que las evidencias son claras y contundentes.

Países que han tomado la delantera:
Un ejemplo contundente es el del Reino Unido, que implementó un ambicioso programa nacional de reducción de sal a partir de 2003. Durante los primeros años, los resultados fueron prometedores: entre 2003 y 2014, la ingesta media de sal bajó de 9,38 a 7,58 gramos diarios, una reducción del 19%. Este descenso se tradujo también en una disminución significativa de la presión arterial y de la mortalidad por enfermedades cardiovasculares, como el ictus y la cardiopatía isquémica.
Sin embargo, en 2018, el consumo volvió a aumentar a 8,39 gramos diarios y, con ello, también se frenó la tendencia descendente en presión arterial y mortalidad cardiovascular. Este caso muestra que las políticas de reducción deben ser constantes, sostenidas y reforzadas con mecanismos regulatorios, ya que confiar únicamente en compromisos voluntarios de la industria no garantiza resultados a largo plazo.
¿Qué podemos hacer como consumidores?
Aunque la responsabilidad principal recae en la industria y los legisladores, como consumidores también podemos tomar decisiones que fomenten el cambio:
- Leer etiquetas: revisar el contenido de sodio en los productos y comparar entre marcas. Muchos alimentos aparentemente similares tienen diferencias importantes.
- Cocinar más en casa: controlar la cantidad de sal al cocinar nos permite reducirla progresivamente y usar otras fuentes de sabor (especias, hierbas, ácidos).
- Preferir productos con bajo sodio o sustitutos naturales: como sal de potasio o sales vegetales como la sal de salicornia, rica en minerales esenciales pero baja en sodio.
- Apoyar políticas públicas: exigir a nuestros gobiernos que promuevan la reformulación de productos y establezcan límites claros.
¿Cómo impulsar una reducción real?
Para lograr un cambio duradero, es esencial que la reducción del sodio deje de depender exclusivamente de la voluntad de la industria. Algunas acciones necesarias:
- Regulación obligatoria, no solo recomendaciones voluntarias.
- Campañas educativas, que enseñen a la población el impacto del sodio en la salud.
- Etiquetas claras y frontales, como el sistema de advertencias usado en Chile o México.
- Inversión en innovación alimentaria, para desarrollar sustitutos de sodio eficaces y sabrosos.
Reducir el consumo de sal no es una moda, es una necesidad urgente de salud pública. Las enfermedades cardiovasculares siguen siendo la principal causa de muerte en el mundo, y el exceso de sodio es un factor silencioso pero clave.
Mientras la industria pone trabas, se requiere decisión política y acción colectiva para revertir esta tendencia. Comer con menos sal no es solo una opción personal: es un acto de conciencia social.

Escrito por Sara Montaner. Nos apoyamos en tecnología de IA.